Maldito lunes… «mobbing, trato hostil o vejatorio en el ámbito laboral»: te contamos cómo detectarlo y qué hacer

Maldito lunes… «mobbing, trato hostil o vejatorio en el ámbito laboral»: te contamos cómo detectarlo y qué hacer

El mobbing puede definirse como el trato hostil o vejatorio al que es sometida una persona en el ámbito laboral de forma sistemática, lo que puede provocarle problemas psicológicos y físicos.

A Juan le gustaba su trabajo. Había entrado en la compañía con un puesto de perfil bajo y, en seguida, había comenzado a destacar. Juan era eficaz, eficiente, afable, inteligente, resolutivo, proactivo y, además, era buen compañero. En solo 3 años había ascendido y ocupaba un puesto de responsable de departamento, con personas a su cargo, en un área crítica para la empresa. Juan era bueno, muy bueno. Y su jefe, un tipo con fama de descubrir talento, supo verlo. Y le hizo brillar.

Juan se sentía profundamente agradecido, era la oportunidad, una empresa de renombre, un buen sueldo, un buen trabajo ¡un puesto fijo! Y no solo era eso, el futuro, la carrera, los ascensos, la buena vida para su mujer, la posibilidad de educar a los hijos en los mejores colegios, las increíbles vacaciones, una casa mejor, otro coche. El trabajo duro, no importaba, los desplazamientos constantes, no importaban, la presión, no importaban. “Mi Juanito puede con todo”, decía su madre, orgullosa, explicando a las vecinas donde trabajaba su hijo. Y sí, Juan podía con todo. Incluso con las jornadas de 09:00 a 21:00 horas.

Cuando el jefe de Juan ascendió las cosas cambiaron. Durante un tiempo se barajó su nombre como posible candidato al ascenso, pero Juan no lo tenía claro. No era su momento y él lo sabía. Si algo había aprendido de esa empresa era a detectar los momentos adecuados, no en vano le habían valido su posición actual. Y esperó.

El nuevo llegó. Un tío joven, un crack, con mucha fuerza, una gran energía y excelentes contactos. Y arrasó. Con todo. Incluido Juan. Lo primero que le dijo fue que le consideraba un representante de la “vieja guardia”, que él tenía otra forma de hacer las cosas y que había que cambiar. Juan le observaba cada día, perplejo, mientras veía como su trabajo, tan escrupuloso con las directrices de la compañía, era menospreciado de aquella manera. Y sentía pena, por el esfuerzo de años, por cada minuto robado a la compañía de su familia, por cada noche sin sueño. Sin embargo, cada día, se levantaba, se “ponía la camiseta” y salía a hacer su trabajo lo mejor posible. Bueno, en realidad acudía a la oficina, porque cada vez recibía menos correos, cada vez le llamaban menos, cada vez tenía menos papeles sobre la mesa. Un día se dio cuenta de que no había hablado con nadie, ni siquiera con su jefe, que estaba en el despacho contiguo y que no le había dirigido ni un seco “buenos días” al pasar por delante. Y se preguntó qué había pasado con aquella bulliciosa oficina.

Juan decidió tomar cartas en el asunto y se dirigió a hablar con su antiguo jefe. Le habló de su desánimo, de que no tenía trabajo, de que las cosas no iban bien, de su falta de comunicación con su nuevo responsable, de su aislamiento. Su antiguo jefe le contestó: “Pero si habla estupendamente de ti” y acto seguido añadió: “Aguántate, éste está aquí para barrer la cubierta”. Juan no volvió a mencionar el tema.

Hacía tiempo, Juan se reía de aquellos que encontraban depresivas las tardes de domingo porque el lunes debían volver a trabajar. No eran pocas las que había tenido que salir de casa, porque el lunes a las 8 debía estar en la otra punta del país. Le gustaba viajar, era parte del atractivo de su trabajo. Ahora esas tardes de domingo eran la antesala del maldito lunes y no le apetecían nada.

A Juan le comenzó a molestar el estómago y lo solucionó con antiácidos. Le comenzó a costar dormir y lo solucionó con Diazepam. Empezó a ver borroso y fue al oculista. Comenzó a sentir mareos y programó una visita al otorrino y otra al traumatólogo. Y todo estaba bien. Lo que no estaba bien era la presión en el pecho que sentía cada domingo por la tarde, algo que le pesaba como una losa y casi le impedía respirar. Su mujer le preguntaba y esperaba que él hablara del tema. Juan no se pronunciaba, no en vano “podía con todo”. Tampoco hablar había servido de mucho, tocaba esperar tiempos mejores.

Un lunes no pudo levantarse. El despertador sonó y Juan lo escuchó desde la lejanía, como si aquella semana que comenzaba fuera de la vida de otra persona. Se dio la vuelta, se tapó la cabeza con la almohada y lo dejó sonar. “Me he resfriado, no me encuentro bien”, le dijo a su mujer. Y se durmió. Cuando Carmela volvió, a las 3 de la tarde, lo encontró en la misma posición. Y llamó al médico.

Hay diagnósticos que se reciben con perplejidad: “Trastorno depresivo grave”. A Juan le dio igual, en realidad no le importaba nada. Simplemente no quería levantarse de la cama, no quería comer, ni asearse, ni hablar, ni escuchar. Solo reaccionaba cuando sonaba el teléfono y veía el número de su jefe, le palpitaba el corazón como si fuera a salirle por la boca, sabía que llegaba un rosario de peticiones. Y decidió no volver a contestarle.

El burofax llegó, con el membrete de la empresa. Recursos humanos le invitaba a aclarar el motivo de sus faltas de asistencia reiteradas e injustificadas al trabajo. Desde su neblina mental Juan leyó el papel y lo dejó caer. Y se cayó tras él. Y aunque entonces no se dio cuenta, tuvo la inmensa suerte de no estar solo. Carmela tomó el papel y contactó con recursos humanos, para preguntarles y preguntarse por qué esos partes de baja, que ella entregaba tan diligentemente cada viernes en la oficina de Juan, nunca llegaron a su destino.

Al jefe de Juan lo despidieron, por gastar enormes sumas de la tarjeta de la compañía y no justificarlas, por cobrar comisiones de manera ilegal de cada operación que firmaba y por un consumo público y notorio de estupefacientes que dañaba seriamente la imagen de la empresa. Y entonces sus compañeros comenzaron a llamarlo y a insinuarle que podía volver. Y Juan les escuchaba perplejo, como si los meses de enfermedad hubieran sido un capricho o una forma de evadir un problema, como si su dolor no hubiera significado nada.

Y entonces lo tuvo claro. Se levantó, se duchó, salió a pasear. Y cuando visitó la consulta del psicólogo le expuso, muy enfadado, un montón de argumentos por los que no quería volver a aquella empresa. El psicólogo le miró sonriendo, tras muchos meses de cara seria, y le preguntó:

-¿Quieres irte de allí, Juan?

-Sí. – contestó él con una rotundidad y una fuerza que no experimentaba hacía mucho tiempo.

-Pues vete.

-¿Así de fácil?

-Así de fácil.

Carmela lo entendió. Y le apoyó. Se sentaron con un cuaderno, lápiz y una calculadora y elaboraron el plan de ingresos y gastos de los meses siguientes. A Carmela y a los niños no les habían importado demasiado los viajes, ni el coche nuevo, ni el colegio privado trilingüe cuando veían a Juan languidecer. Los que no lo entendieron dejaron de ser importantes en sus vidas.

Juan volvió a ser Juan el día en que cogió el teléfono y llamó a su nuevo jefe. Le conocía, aunque no habían trabajado directamente. Fran atendió su llamada con alegría. Se mostraba sinceramente contento de la mejoría de juan y celebraba su reincorporación…

-Me alegro mucho de que vuelvas, Juan. Necesitamos a personas como tú en el equipo. Tenemos tanto que hacer, he pensado…

-Perdona, Fran. -cortó Juan- Te he llamado para decirte que no voy a volver.

-¡¡No me jodas, Juan!!

A Juan le hizo gracia aquél exabrupto. Y le halagó que Fran quisiera contar con él o que quisiera trasladarle a otra línea de negocio antes que perderle para la compañía. Pero ya lo había decidido. Y él era el tipo de persona que, cuando prometía algo, lo cumplía. Y se había prometido a sí mismo cuidarse.

 

Esta historia es real y describe un caso de mobbing o acoso en el ámbito laboral. El mobbing puede definirse como el trato hostil o vejatorio al que es sometida una persona en el ámbito laboral de forma sistemática, lo que puede provocarle problemas psicológicos y físicos. Comportamientos como no dirigir la palabra, aislar de los compañeros, retirar la carga de trabajo, criticar de manera constante, ridiculizar al acosado, ignorarle de manera sistemática, el acoso telefónico o la difusión de rumores sobre la persona no son sino algunas de las formas en que dicho acoso se manifiesta.

El acoso puede ser constitutivo de delito, está recogido como tal en el artículo 173 del Código Penal. Si consideras que te encuentras en esta situación lo primero que debes hacer es iniciar tu “Cuaderno de acoso”, en el que anotarás fecha, situación ocurrida y testigos de la misma, ya que, aunque no te corresponde la carga de la prueba, sí te será muy útil tener recopilada toda la información posible (llamadas de teléfono, mails, whatsapp, fotos, vídeos, etc.). Con esta información organizada:

  1. Debes dirigirte a tu empresa, para informar de la situación que se está produciendo, debiendo dejar constancia de este acto. Si existe un protocolo de acoso exige que se active.
  2. Debes dirigirte a los representantes de los trabajadores, exponiendo tu caso.
  3. Debes efectuar una denuncia ante la Inspección de trabajo.

Igualmente debes acudir a:

  1. La jurisdicción social, para reclamar la tutela de derechos fundamentales, la extinción de la relación laboral y solicitar ser indemnizado por daños y perjuicios.
  2. La penal, para iniciar procedimiento contra el acosador y contra la empresa por no haber tomado las medidas para evitarlo.
  3. Y la civil, para solicitar responsabilidades extracontractuales al agresor en caso de que no sea el empresario.

 

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